lunes, octubre 02, 2006

El que lee, león

Lu propone una lista de lecturas para alumnos de ESO en las que se mezclan obras literarias y lecturas “para jóvenes” y se abre en sus comentarios el eterno debate sobre en qué queda nuestra misión: en iniciarles en la literatura o en que lean a secas.
Y todos opinamos, yo la primera, sobre cuál debe ser nuestra postura delante de las lecturas prefabricadas para jóvenes.
Yo, desde luego, sé cuál es la mía… ahora: las miro desde mi balcón y las castigo con el látigo de mi indiferencia, aun a riesgo de perderme algo interesante, supongo.
He dicho ahora. Porque he hecho un somero examen de mi educación literaria y, grosso modo, puedo afirmar que, antes de convertirme en una lectora selectiva, fui leona, o sea, lectora compulsiva, sin discernimiento ni criterio alguno.

No me voy a remontar a la primera infancia, sino a las edades que nos interesan.
A los diez u once años, me regalaron una colección de doce novelas de Salgari y me volví fanática total de Sandokán y de Yáñez; pero hay que decir que no lo era menos de las pseudonovelitas de Enyd Blyton que hoy le censuro a mi hija por carcas, machistas y antediluvianas.
Luego tuve la hepatitis y los tres meses de reposo absoluto me dieron para leerme Las mil y una noches, El decamerón y Rojo y negro; justo los libros que mi madre me dijo que dejara para más adelante. Pero también engullía (y supongo que vomitaba) los libros de un tal Martín Vigil, un autor tremebundo y “con mensaje” que me podía haber hecho mucho daño de no ser yo tan refractaria a sus consignas. Y además (sigo en 6º de EGB) también cayeron las obras completas de Álvaro de la Iglesia (sí, he dicho Álvaro de la Iglesia), con títulos como “En el cielo no hay almejas” –cito de memoria- porque era lo que me daba la hermana bibliotecaria cuando había terminado los deberes. Y me los leía sin rechistar.
En octavo de EGB (ya sabéis, 2º de ESO) yo y media clase, devoramos "Cien años de soledad" y “Nada” enredadas por el boca-oreja que funcionaba lo mismo con los chicos que con los libros. Pero entre Buendía y Buendía, también consumí sin prejuicios ni vergüenza una colección que circulaba de forma casi clandestina en el internado de monjas y que tenía títulos tan sugerentes como “Sara T: retrato de una joven alcohólica”. Del autor no puedo decirles nada y eso que mi memoria tiene mucha capacidad para almacenar inutilidades.

En fin, resumo, que después llegaron Dickens y Dostoievski y Dashiell Hammett y Cortázar y muchos más y también supongo que algo de literatura basura que he olvidado y me fui volviendo criticona y selectiva… Y, así, después de haber sido una leona, llegué yo a la literatura que me gusta hoy y que es la que me sale de mi canon y no siempre del canon de los demás.
Y resulta, pues, que en mi haber cuentan cosas mucho peores que esas que tanto me cuesta recomendar ahora porque se me indigesta terriblemente la literatura para jóvenes, las obras de teatro adaptadas para jóvenes y, en general, todo el edulcoramiento excesivo con el que se disfrazan las realidades para que los jóvenes traguen la píldora sin esfuerzo. Y es que, a pesar de haberlo consumido, yo creo que ahora sobra un poquito de azúcar.

Para terminar, una anécdota que lo muestra.
Hace tres años llevé a los alumnos de literatura a ver una adaptación de Fuenteovejuna para jóvenes. Habíamos leído la obra y pasaron tanta vergüenza ajena como yo. El grupo teatral le enmendó la plana a Lope con total frescura: cortó los fragmentos que –supongo- juzgaron excesivos para la capacidad mental de unos alumnos de secundaria y adornaron la obra con añadidos “superexplicativos” y “supercontemporizadores” de cosecha propia entre los que abundaban las simplificaciones y el léxico pseudoadolescente, tipo “tronco” y tal.

Para acabar de distraer al público asistente, la actriz que hacía de Laurencia sometía su corta falda a un revoloteo constante y, cuando se estaba quieta, se sentaba en un cajón con las piernas abiertas. Y, supongo que lo han adivinado, ahora sí, ahora no, se le veían las bragas. Ya saben, un detallito de esos que a los, aproximadamente, 120 alumnos de ESO que llenaban el teatro les basta para no atender ni miaja dentro y para hacer chistecitos en la puerta. En total (que dicen mis alumnos), un desastre. O, como observaron acertadamente mis -abochornados a la par que divertidos- bachilleres, “ridículo”. O como diría mi amiga Violante: “Manolete, si no sabes torear, ¿pa qué te metes?”.

8 comentarios:

María José Reina dijo...

Anda Julieta, ¡qué nivel! Cien Años de Soledad y Nada en octavo. Tengo que reconocer que yo los leí mucho más tarde, ya en la uni.
En cuanto al teatro ... A mí me encanta el teatro de Lope y de Tirso, incluso las obras más ligeras, pero por supuestísimo, en versión íntegra. Nosotros también hemos experiencias bastante negativa con teatros para tontos, y hemos decidido que si vamos al teatro es a ver obras de verdad.
Pero ... ¿sabes que las entradas de la sesión de tarde de Don Gil están agotadas? Creo que nos vamos a quedar sin ir.

Anónimo dijo...

Cielo santo, Julieta, ¿cuántos años tienes? Acabas de describir mi iniciación literaria paso por paso. Confieso con vergüenza a mis amigos mis tempranas lecturas de Martín Vigil, y muchas veces pienso que, aunque me rechinara su ideología, probablemente han dejado alguna secuela no menor en mi alma. Nadie en mi entorno parece haber sufrido aquellos novelones que yo robaba de casa de mi abuela y que entonces -diez, doce años- me sonaban a "moderno" (oh bendito candor pubescente) Supongo que también tienen que haberme provocado un trauma aún no resuelto las novelas de mártires cristianas como Fabiola o los tremebundos relatos de desgraciadas jóvenes como Sara T. Envidio esa hepatitis que te llevo a otras lecturas a las que yo llegué más tarde, pero recuerdo con nostalgia la emoción de leer a escondidas alguno de aquellos bodriazos que luego me llevaron a mejores puertos.

Ana Romeo dijo...

Pues soy de Mazinger Z, Orzowei, Sandokan, Heidi, Marco, Pipi Calzaslargas, Ismael y la banda del Mirlitón (qué horror, esto ya me daba repelús y era bien pequeña)y del Aplauso de Uribarri y del Fradejas, que tenía como videoclips estelares Grease y West side story...y como colmo de modernidad, Camilo Sexto en Jesucristo Superstar, Miguel Bosé y Los Pecos. Y no te digo más, salvo que mi educación musical fue igual de petarda que la literaria, hasta que llegué a la adolescencia y me redimí, pero no mucho...

Anónimo dijo...

Para que leer mi Yu Yu?

Para entretenerse, sobretodo si uno está enfermo. Para desentenderse de los compañeros de clase que son grandes, matones, no tienen gafas y jamás te dejan jugar en sus equipos de fútbol a menos que tu mismo lleves el balón. Porque a veces es mas bonito estar uno a solas con Tom Sawyer y pintarle la cerca, ó con Cyrano y batirse a espada, ó con el conde de Montecristo y escaparse por el mar, o charlar con Jardiel Poncela que no con tanto petardo hipocondriaco que solo te cuenta de sus dolores de pleura y sus almorranas, y porque es mas edificante, y porque estimula la cabeza y te sirve para llenar un crucigrama, y para enloquecerte de emoción en esa parte erótica, y porque si y punto. A algunos nos gusta leer y a otros la liga española, y si somos bichos raros que les importa.
Ahora bien que estimular la lectura...

Toni Solano dijo...

Me ha sorprendido lo de Álvaro de Laiglesia porque me creía yo un bicho raro por haberme leído, también allá por séptimo u octavo de EGB, diez o doce novelitas, con títulos tan atractivos como: 'Dios le ampare, imbécil', '¡Qué bien huelen las señoras!', 'Un náufrago en la sopa', 'La gallina de los huevos de plomo', etc. El caso es que yo los recuerdo con mucho cariño, pues algunos me hicieron reír y creo que en ellos empecé a descubrir el aspecto lúdico de la lengua.
Un saludo.

Ana Romeo dijo...

Nosotros no somos raros, Antonio. Los raro sería que nuestros hijos o nuestros alumnos tuvieran en su haber lecturas como A. de la Iglesia (nunca lo he visto en una librería) o Corazón de E. de Amicis (ese otro gran best seller del pasado) o las obras completas del padre Coloma ("Jeromín", "Pequeñeces"..., esos grandes best sellers de la infancia de mi madre que, por supuesto, también leí porque estaban ahí).
En fin, que somos hijos de nuestra época y el surtido (al menos, en la biblioteca de mi pueblo y de mi colegio) era el que era.
Y anda que no lloré con Corazón; creo (es posible que me engañe la memoria) que no hay dramón / culebrón que se le iguale).

Ana Romeo dijo...

Que se le iguale en lo de hacer llorar a un infante de 9 años, quiero decir. De sus cualidades literarias no tengo ni idea, pero me da que tiraba para argumento de telenovela. (sigo hablando de Corazón)

Toni Solano dijo...

Por un tiempo creí que la mejor novela española era 'La araña negra' de Blasco Ibáñez. Cuando fui consciente del folletín jesuítico que me había tragado, pensé que era un ingenuo.