jueves, octubre 26, 2006

Literatura y prolapsos uterinos


Con gran éxito de crítica y público, esta semana mis alumnos de literatura de modalidad han terminado Cien años de soledad. Se les han puesto los vellos de punta, se han turbado, emocionado, enamorado y odiado a los personajes y les ha dado mucha pena acabar el libro.
Público: cinco alumnas cinco y un alumno testigo de Jehová. Este último dato puede parecer extemporáneo, pero no lo es. En la modalidad de alumnos de diferentes religiones que pueblan mis aulas, los testigos son, para mí, los más extraños. Muy correctos y educados, pero extraños. Los musulmanes, los evangelistas, los ateos… no tienen inconveniente en explicar sus modos de ver las cosas. Los testigos, en general, no dicen nada. Y el señor Beyer, mi alumno, no dice nada de nada.
Fuera quedan anécdotas como las de la alumna que, al preguntarle dónde hacía los deberes para evaluar si las condiciones eran óptimas, repetía que en el salón. Que luego resultó ser El Salón del Reino y que aparte de Jehová, estaba acompañada por compañeros de confesión ruidosos que disturbaban su concentración.
O aquella vez en que en la biblioteca comentábamos con los alumnos de literatura el mito incestuoso de Tammar y Ammón (la culpa era de Lorca, vayan a pensar que servidora es pedante y/o morbosa) y una alumna que estaba buscando un diccionario, intervino para presentarse: aunque no era incestuosa, ella era Tamar y pensaba preguntar a sus padres (testigos) por su nombre en cuanto llegara a casa o al salón.
Fuera queda también otros condicionantes: su relación, escasa o no, con los compañeros que varía dependiendo de cada familia. Y otras cuestiones como el aspecto externo: los testigos, en general, no llevan piercings, ni tatus, ni enseñan el tanga y sí usan camisa (una prenda en extinción) o camiseta que algunos llevan metida por dentro del pantalón o se peinan con raya como el señor Beyer.

Al margen de todas estas cuestiones, he de decir que yo doy la clase exactamente igual tanto si tengo delante musulmanes, como agnósticos, como catequistas cristianos, como evangelistas… y nunca he tenido ningún problema. Cuando leímos la Celestina, mi Calixto (el único varón de la clase) era negro y musulmán, por ejemplo. Pero expresaba su opinión sin problema ninguno. ¿Dónde está pues el del señor Meyer? Pues en que, a pesar de su inteligencia y cultura, es impenetrable.

A lo largo de este mes y medio de lectura y comentario de Cien años de soledad, no he podido evitar constatar de reojo el sonrojo constante del futuro misionero, que lee la Biblia en todos y cada uno de los patios desde que volvió con su familia de Sudamérica en 3º de ESO. Y no sé calibrar si el sonrojo se debe a cuestiones morales, de personalidad o simplemente, al hecho de estar en franca minoría respecto a sus compañeras.
Ha sido el primero que ha acabado la novela; ahora que, a ver, si tu libro de referencia es la Biblia, cualquier otro te ha de parecer corto ¿no?

Todas sus compañeras (menos una) son del tipo “suelto”, esto es, emocionales, extrovertidas y comunicativas. Y no seré yo la que corte alas, en cualquier caso, las reconduzco.
Entre las chicas hay una, Anita Pérez, futura profesora de lengua y literatura desde que se enteró de que lo que ganábamos (así es la inocencia), que tiene unas grandísimas ganas de aprender y pasar por encima del hecho de que en su casa no haya más libro que las revistas de prensa rosa. Yo soy fan total suya desde que en 2º de ESO confesó públicamente que su ídola era su madre. Ya se lo dije, pagaría porque mi hija a tu edad diga lo mismo en público y lo demuestre en privado.
Pues bien, de la mano de Anita Pérez han surgido los momentos más duros para mi alumno testigo, el señor Beyer.

Momento A: A Anita le ponía y mucho José Arcadio Buendía. Se eligió hacer su descripción en el glosario; le puso de tag "machote" y en los comentarios en clase se explayó a gusto sobre virilidades tatuadas y potencia sexual. Interrogaba a sus compañeras y a servidora (y al señor Beyer) sobre el efecto que nos causaban las descripciones de los embates sexuales del protagonista y era fácil colegir qué efectos le provocaban a ella.
Esta es su descripción del personaje:

José Arcadio es hijo de José Arcadio Buendía y Úrsula Iguarán, por lo tanto hermano de Aureliano y Amaranta. Físicamente es un hombre de construcción fuerte, muy apuesto (según mi imaginación), de ancha mandíbula, pelo corto y tatuado hasta en las zonas más oscuras. En fin, lo que nosotr@s llamamos ”un macho”.
Psíquicamente es un hombre valiente (salva al coronel Aureliano de ser fusilado) pero a la vez cobarde (al no aceptar al bebé que esperaba Pilar Ternera y fugarse con los gitanos).
Al ser un Buendía, le persigue la maldición de la soledad y del incesto (al acostarse con Pilar Ternera e imaginarse la cara de su madre; al casarse con su “hermana” Rebeca…).
Tiene una muerte muy simbólica. Es todo un misterio que nos deja con la incógnita. Su sangre hace un recorrido que llega a Úrsula (hijo expulsado vuelve a su madre, a sus orígenes en el momento de morir) y la conduce hasta su cuerpo inerte. El olor a pólvora siempre permanecerá en su cuerpo sin vida y en Rebeca.


(La negrita es mía)

MOMENTO B: Amaranta la obsesionó hasta su muerte, primero le parecía una “enferma” o una “bruja celosa”, después una “pederasta masturbadora”, aunque acabó sintiendo por ella la misma pena que su autor: “pobre mujer”.


MOMENTO C: José Arcadio Segundo también tenía lo suyo y también se pidió su descripción:

José Arcadio Segundo es el hermano gemelo de Aureliano Segundo, hijo de Arcadio y Santa Sofía. Úrsula cree que ambos fueron intercambiados en su infancia, ya que José Arcadio comienza a mostrar las características de los Aurelianos de la familia, al crecer siendo una persona pensativa y calmada. Le da a los vicios que Úrsula de alguna manera prohibió:
Es zoofílico
Se engancha a las peleas de gallos
Acaba con prostitutas

(La negrita vuelve a ser mía. Pueden imaginar sus comentarios.)


MOMENTO D: Para rematar los sonrojos del único chico de la clase, llegó el momento prolapso uterino de Fernanda del Carpio que las conmocionó a todas. Yo no dije nada, bastante hipertextuales son ellas y la propia novela como para ir dando ideas; el tema se lo trajo Anita de su casa: mosqueada por los rodeos pacatos del personaje al describir lo que le pasaba, investigó y vino con el diagnóstico: a Fernanda se le había descolgado el útero después del parto de Amaranta Úrsula. Finalmente, vía Google descargué una imagen bastante descriptiva para que entendieran por qué no podía mantener relaciones sexuales con su marido. Obvio aquí los comentarios, pero espero que el agobio que les provocó la imagen no les haga renunciar a la maternidad. Ya les he dicho que no es nada que no se pueda solucionar con un pesario, siempre que tu entorno no crea que lo usas para un rito vudú.

Y a todo esto, ¿qué hacía el señor Meyer? Pues reaccionaba ora con rubor, ora con más rubor y ora con rubor y encogimiento de cabeza entre los hombros. ¿Que si le ha gustado la novela? Dice que mucho. Aunque también comentó en un foro que lo que hacía falta en casa de los Buendía era un poquito de orden.

Y es que ya ven los berenjenales que trae la literatura: zoofilia, machomanes, tías pederastas y descolgamientos de útero. El incesto lo dejo aparte, si este chico ha estudiado la Biblia, ya sabe de qué hablamos. La suerte para él, es que ahora vamos con Jorge Manrique y que este año no toca La Celestina.

martes, octubre 17, 2006

Gustando playa

B*****, 2006, restaurante setentero, barato y bullicioso de cinco humildes platos a la brasa reconvertido (repintado) en restaurante del XXI, barato y bullicioso de cinco humildes platos a la brasa. En un momento dado, Violante y servidora, llevadas por la nostalgia, nos dedicamos a recordar un infausto episodio de nuestro pasado estudiantil. La cosa fue que llegamos tarde, muy tarde, a un examen de 3º de carrera con una profesora, a la par que marquesa –extremo sin confirmar-, de literatura de los siglos de oro. En el apresuramiento del porfavor, disculpe, etc. yo alcancé a oír de boca de la insigne dos consejos que repitió varias veces: “no leeré exámenes de más de tres folios” y “recuerden, señores, el mejor gerundio es el que nunca se usa”. Yo saqué notable y Violante escribió seis folios por las dos caras.

B*****, 2006, bar de copas, unas horas después, en mitad de una conversación, Violante mencionó la peculiar gramática de los anuncios por palabras, en concreto, la de los que buscan amistad y lo que surja y, en medio de los efluvios de las copas sumé gerundio, la marquesa y los anuncios y tuve un flash (back) y un dejà (vu), rebusqué en el bolso y en mi libreta de notas inútiles encontré una importantísima compilación que había olvidado.


B*****, 2006, unos meses antes, terraza de un antiguo hostal en donde, cuenta la leyenda, estuvo hospedada Ava Gardner mientras rodaba Pandora y el holandés errante –extremo sin confirmar-. Yo, esperando a que mi hija saliese de una actividad extraescolar, hojeaba aburrida el Diari de Girona. Sólo me sacó de mi letargo la terrible sintaxis y la no menos terrible semántica de unos anuncios por palabras que me apresuré a copiar en mi libreta. ¿Para qué? Bueno, las inutilidades tienen la ventaja de que no necesitan ser justificadas. Igual las usaba con los alumnos, o igual se las leía a mis amigos en una noche próxima de copas, o igual las colocaba en un post…


Vayan aquí algunos de ellos. Así, en general y, sin entrar en los contenidos, dos observaciones:

  1. Hay un contexto comunicativo que yo desconocía en el que el gerundio, pobre, siempre tan denostado por marquesas y filólogos, ocupó las posiciones que había perdido y se independizó incluso de verbos principales y auxiliares. ¡Viva lo durativo! ¿Qué se quieren definir?, digo, definiendo, pues nada, gustando playa, cine y leer.
  2. El adjetivo “similar” tiene un peligro tremendo, sobre todo si no se deja claro cuál es el término de referencia.
  • Pili, gustando cine, discoteca y pasear. Busco chico majo, alegre y buena persona.
  • Giovanna, 27 años, 1,60, 55 kg tranquila y gustando cine, deporte y leer. Busco persona seria y que sepa escuchar, para amistad sincera y honesta.
    (Tanto con "gustando"...¿Y ya puestos, por qué no buscando?)
  • Eli, 27 años, pelo negro, 1,50, 47 Kg y fumadora gustando playa. Busco chico similar y normalito.
    (O sea, que Eli busca un chico de 27 años, pelo negro…gustando playa, fumador y que, además, sea normalito. Lo tienes mal, Eli.)
  • Mujer, 54 años divorciada, 1,63, 60 kg, bien proporcionada, rubia, pelo largo, busca hombre similar para relación seria.
    (Más de lo mismo: no creo que haya muchos hombres de 54, rubios, divorciados y de pelo largo.)
  • Joan, de Barcelona. Me gustaría conocer chicas de edad similar. Girona.
    (Este discípulo de Gracián es mi preferido.)
  • Alguna mujer guapa, casada, femenina, delgada, mucho pecho, que se sienta sola para amistad y darnos cariño. Yo treintañero, Manresa.
    (El treintañero ha hecho bien en poner “alguna”; pero le ha faltado el ¿existe?) (Y ese "darnos" también tiene lo suyo)

    Para acabar, este ejemplo perfecto de cómo acotar los campos de búsqueda:
  • Mujer de 28 años y casada busca chica para relación esporádica. Abstenerse lesbianas.

    En fin, aquí Julieta, 1,65, 53 kg, bien proporcionada, tozuda, pelo corto, gustando perder el tiempo, la playa y leer, busca chico/-a de edad similar y normalito/-a que le guste corregir exámenes ajenos para relación seria y honesta. Abstenerse profesores.

lunes, octubre 02, 2006

El que lee, león

Lu propone una lista de lecturas para alumnos de ESO en las que se mezclan obras literarias y lecturas “para jóvenes” y se abre en sus comentarios el eterno debate sobre en qué queda nuestra misión: en iniciarles en la literatura o en que lean a secas.
Y todos opinamos, yo la primera, sobre cuál debe ser nuestra postura delante de las lecturas prefabricadas para jóvenes.
Yo, desde luego, sé cuál es la mía… ahora: las miro desde mi balcón y las castigo con el látigo de mi indiferencia, aun a riesgo de perderme algo interesante, supongo.
He dicho ahora. Porque he hecho un somero examen de mi educación literaria y, grosso modo, puedo afirmar que, antes de convertirme en una lectora selectiva, fui leona, o sea, lectora compulsiva, sin discernimiento ni criterio alguno.

No me voy a remontar a la primera infancia, sino a las edades que nos interesan.
A los diez u once años, me regalaron una colección de doce novelas de Salgari y me volví fanática total de Sandokán y de Yáñez; pero hay que decir que no lo era menos de las pseudonovelitas de Enyd Blyton que hoy le censuro a mi hija por carcas, machistas y antediluvianas.
Luego tuve la hepatitis y los tres meses de reposo absoluto me dieron para leerme Las mil y una noches, El decamerón y Rojo y negro; justo los libros que mi madre me dijo que dejara para más adelante. Pero también engullía (y supongo que vomitaba) los libros de un tal Martín Vigil, un autor tremebundo y “con mensaje” que me podía haber hecho mucho daño de no ser yo tan refractaria a sus consignas. Y además (sigo en 6º de EGB) también cayeron las obras completas de Álvaro de la Iglesia (sí, he dicho Álvaro de la Iglesia), con títulos como “En el cielo no hay almejas” –cito de memoria- porque era lo que me daba la hermana bibliotecaria cuando había terminado los deberes. Y me los leía sin rechistar.
En octavo de EGB (ya sabéis, 2º de ESO) yo y media clase, devoramos "Cien años de soledad" y “Nada” enredadas por el boca-oreja que funcionaba lo mismo con los chicos que con los libros. Pero entre Buendía y Buendía, también consumí sin prejuicios ni vergüenza una colección que circulaba de forma casi clandestina en el internado de monjas y que tenía títulos tan sugerentes como “Sara T: retrato de una joven alcohólica”. Del autor no puedo decirles nada y eso que mi memoria tiene mucha capacidad para almacenar inutilidades.

En fin, resumo, que después llegaron Dickens y Dostoievski y Dashiell Hammett y Cortázar y muchos más y también supongo que algo de literatura basura que he olvidado y me fui volviendo criticona y selectiva… Y, así, después de haber sido una leona, llegué yo a la literatura que me gusta hoy y que es la que me sale de mi canon y no siempre del canon de los demás.
Y resulta, pues, que en mi haber cuentan cosas mucho peores que esas que tanto me cuesta recomendar ahora porque se me indigesta terriblemente la literatura para jóvenes, las obras de teatro adaptadas para jóvenes y, en general, todo el edulcoramiento excesivo con el que se disfrazan las realidades para que los jóvenes traguen la píldora sin esfuerzo. Y es que, a pesar de haberlo consumido, yo creo que ahora sobra un poquito de azúcar.

Para terminar, una anécdota que lo muestra.
Hace tres años llevé a los alumnos de literatura a ver una adaptación de Fuenteovejuna para jóvenes. Habíamos leído la obra y pasaron tanta vergüenza ajena como yo. El grupo teatral le enmendó la plana a Lope con total frescura: cortó los fragmentos que –supongo- juzgaron excesivos para la capacidad mental de unos alumnos de secundaria y adornaron la obra con añadidos “superexplicativos” y “supercontemporizadores” de cosecha propia entre los que abundaban las simplificaciones y el léxico pseudoadolescente, tipo “tronco” y tal.

Para acabar de distraer al público asistente, la actriz que hacía de Laurencia sometía su corta falda a un revoloteo constante y, cuando se estaba quieta, se sentaba en un cajón con las piernas abiertas. Y, supongo que lo han adivinado, ahora sí, ahora no, se le veían las bragas. Ya saben, un detallito de esos que a los, aproximadamente, 120 alumnos de ESO que llenaban el teatro les basta para no atender ni miaja dentro y para hacer chistecitos en la puerta. En total (que dicen mis alumnos), un desastre. O, como observaron acertadamente mis -abochornados a la par que divertidos- bachilleres, “ridículo”. O como diría mi amiga Violante: “Manolete, si no sabes torear, ¿pa qué te metes?”.